María Gutiérrez sobre No hay más, de Karmelo Iribarren


Sobre No hay más, de Karmelo Iribarren
zindo & gafuri, 2014


Al principio/queres cambiar/el mundo, / y al final/ te conformás/ con dejar el tabaco. Estos versos del poema que da nombre al libro anudan la inmensidad de la vida que abarca esta producción poética. No hay más es una antología de diversas producciones organizadas de acuerdo a varios sentidos, tanto temáticos como cronológicos: los reúne un sentir sobre lo contemporáneo que trasciende un tiempo lineal para intentar develar las sombras del devenir.

El cinismo que lentamente desgranan las palabras se acentúa en una cotidianeidad dibujada con las pequeñitas/enormes cosas de la vida que ilustran una relación amorosa, una relación casual, la muerte del padre a quien el destino no le permitió ni siquiera llegar a querer. Una España del “destape”, pero también del silencio. Una España concertada en millones de muertos no nombrados y supuestamente olvidados se abre paso acodada en la barra de un bar, con unas birras, mucho faso y algo así como miradas elocuentes, que pueden hacer creer que, de la nada, pasan a ser únicas para finalmente ser una más: así las mujeres despliegan su seducción y erótica al saber del límite que pone el llevar un cadáver en el asiento de atrás. Muchos cadáveres dejó España en su camino, mucho silencio para poder “gozar” de ese festín que no puede menos que transformarse en una angustia cínica sobre la vida.

Y sin embargo Karmelo nos introduce con dulzura y fluyendo en la vida cotidiana de su país atravesada por la contemporaneidad que retorna  como síntoma.  Esa contemporaneidad que, al decir de Giorgio Agamben, es intempestiva, es una desconexión y  un desfasaje. Ese desvío y ese desfasaje permiten  al autor percibir y aferrar su tiempo donde resuenan no las luces sino la oscuridad. Esa oscuridad brillante es la que ilumina el poemario de Karmelo Iribarren.

No hay más, nos lleva a todo lo que hubo, lo que hay y la tensión que  pone en juego el lenguaje en el devenir del sujeto y ese límite contundente: ¿no hay más dónde?  ¿en la vida? ¿en el deseo? ¿en las palabras?

No sin ironía y hasta sarcasmo, por momentos,  No hay más va  al límite, con figuras que de retóricas no tienen nada: son pura y cruda sensación, son pura y cruda vida, son pura y cruda emoción. poner una palabra /detrás de otra/hasta llegar a la última./ Y cerrar con un punto. Pero siempre en el límite algo hay: el yo, el nosotros, el transcurrir  y tanto más.

La ubicación temporal, el punto donde seguro que esta historia te suena, genealogía que anuda el presente como una fantasía, nunca perdida, para poder vivir cada historia como irrepetible. Y nuevamente el lugar irónico/melancólico de pensarse y creerse la nada, donde aparece el vacío: mejor/ que sigas pensando/que tengo mucha vida interior/y que te aguardan/ momentos irrepetibles. O la despedida del padre en el pacto silencioso de la familia, la finitud, el viaje hacia ningún lugar, en tanto, lo cotidiano nuevamente “mis tías/me acariciaron la cabeza/ varias veces”.

El tiempo, con su impronta lleva, sin poder detenerlo,  inexorablemente hacia la nada. Entre tanto transcurre, con una placidez anodina “así la veo pasar yo/-desde el fondo de la barra-/invierno tras invierno” o “los días pasan/-como el cartero frente a mi buzón-/de largo/ y se inmolan/allí/sobre el mar”.

El espacio, la ciudad, mundo fantasmático donde se despliegan las sensaciones, el movimiento y los personajes de una película en cámara lenta de insomnes fracasados, de pobres tipos. parece un oficinista en paro./o algo así. Un pobre tipo,/en cualquier caso, uno de tantos/ de los que está llena la ciudad. Esa ciudad que se configura en una Madrid que alberga mitos gloriosos  y esconde en el subsuelo lo que Karmelo devela con intensidad en   Madrid, metro, noche: gente/exhausta,/con la vista/clavada/en el suelo,/preguntándose/por la vida/la de verdad…/porque no puede ser/que sea/solo eso….

El reflejo rápido y sagaz de cuánto ha cambiado el país, con la neoliberal impronta de la pasión por los objetos, los nuevos, los últimos, esos atrás del que después no hay nada.

Y como un mantra:  lo peor del caso/lo más triste, es que ya/ ni siquiera/nos importa.

Pero a la vez, el registro de que nada es gratis, el presente continuo de una realidad que nos lleva a la negación pero que, como una recomendación insistente nos recuerda que conviene no olvidar y que es promisorio volver a intentarlo.

Karmelo Iribarren es un contemporáneo  por el coraje de mirar lo oscuro, fijar su percepción allí pero a la vez vislumbrar una luz, esa que se aleja infinitamente de nosotros. La que se configura como una utopía o una cita a la que nunca concurriremos anundando el ser a la  falta: ese incesante/soñar con lo imposible. O como nos refiere en Una pizca de luz, un  ensueño que aparece con un tenue brillo que muestra, como un oxímoron, que después no hay nada.

Y sin embargo,  entre la oscuridad y la luz, el viaje continúa.



María Gutiérrez






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